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Precedentes: capitulo 6


 

Precedentes de una Adicción no Controlada

Recaídas

Sexto Síntoma

 

 

 

 

Era una de esas mañanas.

 

Apacibles, tranquilas. El sol despuntaba desde uno de los horizontes, cálido e imponente, brindando el clima amigable aquel en el que placía recostarse sobre el césped y disfrutar del calor que se entremezclaba con el viento sutil que había y que te hacía cerrar los ojos para caer rendido entre los placeres del sueño.

 

Pero él no estaba ni en la posibilidad de acostarse en el césped, ni de relajarse como si tuviera la paz que tanto anhela y que no le ha sido otorgada en mucho tiempo. Solo estaba él. Él y su recuerdo perpetuo establecido en los recónditos de su mente, donde ahora solo ahí podía tener un poco de paz.

 

Él y sus sonrisas, sus caricias. Su atención.

Esa que Ryutaro no necesitaba pero que siempre le era brindada.

 

Maldita la mala costumbre de aquel muchacho, maldita la hora en la que lo había acostumbrado a él y ahora no podía tenerlo lejos por seis meses. Tal vez escribirle un correo sería buena idea. Que el internet hiciera su trabajo y mantenerse en contacto bajo una excusa burda de que había salido de viaje.

 

Tal vez…

 

Pero la paz para alguien como Morimoto Ryutaro jamás es gratuita, no importa si las clases de ese día ya han terminado y sus planes giran en torno a sentarse a realizar la tarea, por supuesto si es que cuenta con la suerte de que el insoportable de Kota no lo acose con alguna salida.

 

Ese, no era su problema después de todo.

El problema radicaba en su habitación hecha un desastre. Y Shintaro protagonizándolo todo.

 

—¡¿Qué demonios haces aquí?!

 

Logró quitarle de las manos los cajones de la pequeña cómoda. Frunció el ceño, tratando de que el menor captara lo mucho que aquello le molestaba. Pero esta vez Shintaro parecía mucho más molesto, con la gorra en la cabeza y sus ojos brillando de furia.  —¿Dónde está el anillo?

 

—¿Qué anillo? ¿De qué hablas?

 

Shintaro soltó el cajón, ahora agarrándolo por las manos y luego soltándolas bruscamente.

 

—¡El anillo de la familia!— Shintaro fue amenazante, acercándose a pasos lentos mientras Ryutaro comprendía que en algún momento debió hablar de él con su hermano. –Una de las joyas de nuestra familia. Del mismo juego por el cual me quitaste el collar que me pertenecía, solo por acceder a este cambio. ¿Dónde está?

 

—El anillo es mío.— Sonó serio, con afirmación y su mirada imperturbable. –Puedo hacer lo que me dé la gana con él.

—Como regalárselo al tipo con el que follas y del cual no me has hablado.

 

El golpe llegó, Ryutaro ni siquiera midió la fuerza cuando cerró el puño y lo estrelló en el rostro del menor que trastabilló pesadamente hacía atrás. La mano de Shintaro tardó en colocarse sobre la parte enrojecida de su mejilla, con aquella expresión anonadada que de pronto se había clavado en sus facciones.

 

El silencio se extendió más allá de lo permitido. Hasta que Shintaro levantó la vista y sus ojos se encontraron. Los de Ryutaro con coraje y los de Shintaro con odio. Con uno que hasta ahora Ryutaro jamás había tenido la oportunidad de conocer.

 

—¿Cómo te has atrevido?— Fue como si masticara cada una de sus palabras, como si e odio borbotara por todo su cuerpo y amenazara con hacer erupción en cualquier momento. —¡Te has atrevido a golpearme! ¡Maldito idiota!

 

Entonces llegó como un golpe delicioso a los sentidos. Como un desenlace a ese estrés que parecía ser parte de sus rutinas diarias. El puño de Shintaro se estrelló contra la mejilla de su hermano, logró echarlo contra la cama. Que todo el coraje, la rabia, la frustración se fuera en ese golpe. Que cerrara los ojos y le doliera. Por todo ese odio encerrado, por esa preferencia de sus padres, por su abandono inconsciente. Por dejarlo solo cuando sus padres lo miraban a él como si fuera un error que Shintaro llevara el apellido Morimoto.

 

Como cada acción, Shintaro tuvo una reacción. Ryutaro hundió su puño en el estómago del que se encontraba encima suyo, un gemido de dolor apagado que sonaba como si de repente estuvieran exfoliando todos esos dolores que antes no parecían visibles. Como si de pronto en verdad se hubieran encontrado. Y por el momento los por qué, ya no importaran.

 

 

 

 

—¿Vas a ir al gimnasio?

—Ahora no, iré a buscar a Shintaro.

 

Takaki movió la boca en una mueca de fastidio. Sus ojos rodaron y Yabu solo sonrió, palmeando la espalda de su amigo, como si conociera de sobra aquella actitud.

 

—¿Por qué siempre tienes que andar atrás de ese  mocoso? Ya supéralo.

—Es que en esas ando, tú solo dame tiempo.

 

—A veces creo que de haber continuado, no estarías así.

—Ni tú con lo de Chinen, pero que se le va a hacer.

 

Yuya inmediatamente se sacudió del agarre de su amigo, unos pasos más adelante.

 

—Lo mío es distinto.

—No lo es.

 

—Lo es, yo intento al  menos marcar distancias con ese niño caprichudo que lo único que busca es ver que tan lejos puede llegar la gente por él.— Los pasos de Takaki resonaron por la habitación, metido en sus pensamientos de que sus acciones se alejaban bastante de sus pensamientos. Por que él aún continuaba mirándolo, deseándolo. Pensando en que pasaba si dejaba a sus instintos manejar la situación. –Lo mío es muy distinto a lo tuyo con Morimoto.

 

Yabu jugó con la pequeña pelota en sus manos, aquella que Yuya utilizaba para eliminar el estrés o al menos intentarlo. Sonrió descaradamente, con la mirada en su amigo y sus ínfulas de saberlo todo precedente en aquel acto.

 

—Tus acciones distan mucho de tus pensamientos, Takaki.

 

La voz de Yabu se establecía calmada, como un mantra citado textualmente. Odiaba la capacidad de Kota para leerlo tan plausiblemente que en ocasiones le causaba escalofríos.

 

—Mejor ve con tu amor no correspondido, Kota. Se me han quitado las ganas de verte.— Takaki caminó hasta la puerta la abrió sin problemas y procuró no mirarlo directo a los ojos. Kota sin embargo sonrió, ni siquiera mínimamente afectado por que lo acusara de estar enamorado, cuando siempre refutaba no ser así. –Vete ya.

 

—Igual que siempre, Yuya. Odias las verdades dichas a la cara.

 

Cuando Yabu pisaba las afueras de la habitación de Takaki, un leve reconocimiento llegó a él. Como si Takaki de pronto recordara que Yabu no solía tener el control en ese tipo de discusiones, sonrió ávidamente. Yuya todavía dentro de la habitación.

 

—Eso, es algo en lo que nos parecemos demasiado, ¿no Kota?— Y como lo supuso, Yabu giró. Volvió a mirarlo directamente a los ojos, como si buscara rebatir aquello con algo pero ya se hubiera quedado sin palabras. –Vete, vete ya.— Sacudió su mano despreocupado. Pero esta vez Kota rió divertido.

 

—Imbécil.— Y llegó como sus acostumbradas caricias, o sus repentinos encuentros nocturnos. Como esos sin sabores recuerdos. Aquella confianza compartida que lo volvía algo parecido a la rutina. Kota besó los labios de Yuya, como se besan entre parejas, como se besan los amigos en las mejillas, como un simple roce o caricia. Como un gesto más que todo. –Nos vemos en la cena.

 

Yuya levantó los hombros, despreocupado. Y luego cerró la puerta. Yabu sonrió, por que le resultaba inconcebible que a Yuya le diera lo mismo o no que se vieran en la noche cuando hace un rato le criticaba pasar tanto tiempo con Shintaro. Sacudió un poco sus cabellos y giró dispuesto a irse cuando esos ojos oscuros se clavaron en su rostro, con una introspectiva calma y un vacío sepulcral en las pupilas.

 

—Chinen.

 

Asintió, a pesar de que Yuri en ningún momento hiciera el mínimo gesto por devolverle el saludo, ya que únicamente cerró la puerta y se marchó de ahí, con su expresión vacía. Y el silencio pasmoso entre ellos.

 

 

 

 

Escuchaba un alboroto. Gemidos apagados, resoplidos y un alboroto tremendo que amenazaba con destrozar la habitación de Ryutaro. Yabu no lo pensó demasiado cuando abrió la puerta y se encontró a Shintaro sobre Ryutaro tratando de golpearlo en el rostro mientras el mayor procuraba evitarlo.

 

Entró y cerró la puerta, lo más rápido que pudo.

 

Agarró a Shintaro, al verdadero, por la cintura, lo levantó con fuerza a pesar de que este se sacudió vehementemente y gritó improperios contra su hermano mayor. A pesar de que Ryutaro parecía sorprendido por verlo ahí y por el hecho de que Kota parecía en verdad dispuesto a salvarlo más a él, que al mismo Shintaro.

 

Ryutaro respiraba agitado, su ropa mal puesta y el cabello completamente desarreglado, la habitación, las pertenencias de Ryutaro completamente desbaratadas, irreconocibles a como se encontraba la habitación en el primer día de clases y cuando Kota se tomó la molestia de ver a Shintaro, su pecho subiendo y bajando fuertemente, desarreglado y con los golpes visibles en su rostro, Yabu sufrió de un retorcijón molesto en el estómago.

 

Ahí estaba él. Morimoto Shintaro.

Fuerte, aguerrido, rebelde. Tan lejano e inadmisible como siempre.

Alborotando su precaria condición de indiferencia. Y haciéndolo caer en un abismo sin final.

 

No lo había visto en semanas y hoy se aparecía como si nada. Apretaba las entrañas en su ser y las reducía a un malestar que Kota no estaba dispuesto a soportar, como si controlar a Ryutaro no hubiera servido de nada ante la implacable presencia del verdadero Shintaro.

 

—¡Ya suéltame!

 

Shintaro se agitó con fuerza, logrando esta vez que Yabu, con su conmoción interna, prefiriera soltarlo. Regresando su mirada a Ryutaro que lo miraba fijamente. Como si hubiera leído cada uno de sus patéticos pensamientos, de sus advenimientos y su contemplación interna al menor en esa habitación.

 

—¡Respóndeme ahora!— Sin embargo Shintaro parecía dispuesto a ignorar a Yabu y continuar con su pelea. Logrando que Ryutaro posara sus ojos molestos en el menor. Le molestaba, le molestaba en manera desmedida que Shintaro quisiera inmiscuirse en su vida, Tratar de averiguar cosas que él no quería compartir con nadie más, que le pertenecían a él y solo a él. —¡Ryutaro!

 

—¡Ya déjame en paz!— Se acercó de  nueva cuenta a él. A su mirada de odio y su expresión de molestia, a la situación tensa entre ambos que rompía con aquella fraternidad fingida que ni siquiera existía. –Lo que yo haga o no con mis pertenencias es solo asunto mío.

 

—Lo que hagas o no me tiene sin cuidado. Me jode la idea de que me quitaste algo tan valioso como el collar de la familia, para que al final tú le dieras tú joya a quien sabe quien.

—¡El anillo es mío!

 

—Pero el collar no, y seguramente lo querías para equilibrar el hecho de que no tienes el anillo del abuelo.

—¡¿Y eso que te importa, maldición?!

 

Yabu se sentía perdido, terriblemente perdido en medio de los gritos de esos dos que parecían no calmarse con nada. Shintaro tenía el rostro rojo de furia y por primera vez veía a Ryutaro realmente enfadado, dispuesto a echarse golpes otra vez. Y en medio de toda la situación había un sujeto, alguien a quien Ryutaro le había entrado una joya muy importante de la familia al parecer.

 

Pero, ¿quién? ¿Por qué?

 

—¡Devuélveme el collar ahora mismo!

—¡Por supuesto que no! ¡Tú y yo tenemos un trato!

 

Shintaro se lanzó sobre Ryutaro agarrándolo por la camisa y sacudiéndolo en el proceso.

 

—¡Devuélvemelo ahora mismo!

 

Ryutaro había alcanzado a agarrar las manos de Shintaro antes de que Kota se interpusiera y alejara nuevamente al menor de Ryutaro. Pero esta vez, fue él quien se sacudió con ganas empujando a Yabu lo suficientemente fuerte como para que este callera sentado en la cama.

 

—¡Tú ya deja de meterte en esto Kota!

—¡Entonces deja de armar tanto escándalo!— Por primera vez la voz de Yabu fue severa, sin moverse de la cama y con sus ojos refulgentes de seriedad. —¿O quieres que todo el mundo se entere de tu brillante cambio?

 

Los ojos de Shintaro se abrieron asombrados, apuñalando con la mirada a su hermano mayor que ahora solo bufaba molesto mientras rodaba los ojos.

 

—¿Se lo dijiste?— Pero Ryutaro no parecía dispuesta a tomarse la molestia de responderle. — ¡¿Cómo te atreviste?!— Shintaro volvió a acercarse pero esta vez Ryutaro lo alejó de un empujón.

—Ya deja de gritar como desaforado.

 

—Rompiste el trato, quedamos en que nadie se enteraría.

—Y tú que llevarías mi vida lo más normal que pudieras. ¡Y lo único que haces es pasarte de disco en disco! ¿En verdad me crees tan idiota como para no averiguarte? ¡¿Cómo para no saber lo que haces con MI imagen?!

 

Dos golpes en la puerta detuvieron los gritos.

 

—Ryutaro.— Era Hikaru, con su voz parsimoniosa y preocupada al parecer, pegándose sutilmente a la puerta. —¿Todo bien? Todo el mundo dice que te estás matando con no sé quien y que se la han pasado gritándose.— Hubo un silencio, dos golpes más y finalmente Shintaro fue abrir, su estado deplorable y labio sangrando hizo que Yaotome retrocediera un poco. —¿Shintaro?— Hikaru lo había reconocido de inmediato. —¿Qué haces aquí?

 

—Resuelvo un problema. Que nadie se entrometa por favor.

—Pero…

—Adiós.

 

Y la puerta se cerró con la misma agresividad que vertía entre las venas del menor, regresando su mirada a los otros dos que a unos metros parecían un poco ensimismados. En una discusión baja, en la mirada atenta de Kota hacía Ryutaro en los ojos fijos del otro, reclamando, exigiendo.

 

—¿Te volviste loco?

—No había forma de calmarlo, ¿qué querías?

 

—Que fueras un poco  racional.

—Ryutaro…

 

Entonces ocurrió, Kota intentó calmar al menor, tomar su abrazo a pesar de que este se apartó al instante y los instintos de Shintaro despertaron. Como si de repente Yabu hubiera tensionado aún más la situación. Como si su precaria atención se situara frente al que tuviera enfrente. Como si al regresar y ver a Shintaro entonces el mundo se situara en él, pero mientras su eje de rotación se había convertido en un solo nombre: Ryutaro.

 

—Vaya, vaya…— Esta vez Shintaro se tomó la molestia de arreglar un poco el mechón de su cabello, de sonreír ladinamente a pesar de los golpes en su rostro que molestaban, que incomodaban. Pero sonrió y aquello pareció sorprender a ambos. –Mi hermanito ha estado haciendo buenas amistades.

 

Ryutaro se cruzó de brazos, absteniéndose de continuar con una pelea verbal que no los llevaba a ningún lado. Pero Kota se levantó, respiró hondo y caminó hasta Shintaro, directo a ese rostro lastimado y esos burlones que lo acusaban de algo que no entendía.

 

—Será mejor que si no quieres llamar la atención, no vuelvas a causar este tipo de escándalos.

 

—¿Y qué es lo que te importa más, Kota?— La voz seseante de Shintaro fue suave, acercando su cuerpo al de Yabu y colocando su mano en la cintura del otro. —¿Qué me descubran y me castiguen o que lastime el hermoso rostro de Ryutaro?— La mano de Shintaro recorrió la mejilla de Kota. –Ese rostro que se parece tanto al mío.

 

—Déjate de juegos.

 

Pero Yabu lo alejó, sacando su mano. Cortando el contacto.

Ryutaro sin embargo presenció por primera vez esa imponencia de la que siempre le habían hablado cuando se trataba de Kota y Shintaro.

 

—Moh… Tan aburrido como siempre, Kota.— La actitud de Shintaro había cambiado tanto y tan rápido que fue claro para Ryutaro que estaba tanteando terreno, que buscaba descubrir algo y por lo mismo Ryutaro solo sonrió. –O es que la presencia de mi hermano te incómoda.

 

—¿Se te acabó a energía para el show?— Ryutaro caminó, tranquilo tomando las cosas que habían en suelo. Como si hubiera dejado de importarle que hace unos minutos parecían dispuestos a golpearse más allá de lo debido. –Entonces ya déjame restaurar tu desorden.

 

El celular de Shintaro sonó, la sonrisa del menor se amplió como si hubiera sido un regalo el nombre que apareció intermitente en la pantalla. Haciendo que Yabu arrugara el entrecejo y Ryutaro dejara de arreglar lo poco que había hecho.

 

—Mira… Al parecer en verdad quiere saber de ti.

 

Shintaro levantó el celular, lo suficiente como para que el nombre quedara a la vista de su hermano y él caminara de inmediato a quitarle el aparato de las manos. Nuevamente molesto, asesinándolo con la mirada. El nombre de ‘Yuma’ parpadeando a cada instante.

 

—¿Cómo has dado con él?— Y el timbre del celular resonaba molesto por la habitación. Ryutaro solo apretaba el celular en las manos y Kota parecía haber quedado a un lado una vez más.

—Más bien, él fue quien dio conmigo.

 

—Escúchame bien, Shintaro.— Esta vez fue Ryutaro quien acorraló al menor, acercó sus rostros, jaló de la camisa. –No quiero que te acerques a él, bajo ningún motivo.

—¿Y quien eres tú para impedírmelo?

 

Le molestaba. Tanto que esa sonrisa ladina en el rostro del menor no desapareciera, que se creyera al tope de la situación y controlador de todo. Le molestaba que no importaba la cantidad de veces que le partiera la cara, esa confianza, esa seguridad no se marcharía. Por que Shintaro sabía, o al menos estaba cerca de saberlo.

 

—Te lo advierto Shintaro. Deja en paz a Yuma.

 

Y estrelló el celular contra el pecho del menor sin importarle la sonrisa abierta que le puso ni la mirada atenta de Yabu tras su espalda en cuanto decidió huir de ahí cuanto antes y abandonar la habitación. No le importó dejar a esos dos ahí, ni siquiera se tomó la molestia de corroborar que en verdad el ambiente se había tensionado aún más con su salida.

 

 

 

 

El maquillaje, la ropa, el peinado.

 

Su pobre cuello estaba tensionado, la cantidad de veces que habían jalado de su cabello mientras lo planchaban y el humo que emanaba desde ese contacto le provocaba cierto deje de impaciencia y hastío que culminaba en cuanto sentía la mirada perturbadoramente odiosa de Nakajima  mientras unos pasos más allá arreglaban su ropa y le daban indicaciones.

 

Keito sabía entre otras cosas que a pesar de este ser el mundo de su madre, él lo despreciaba por completo. Quizá por el medio en que se manejaban, por las personas y su calidad como tal. Tal vez por todo lo banal que se esparcía en el ambiente y que representaba como tal a alguien como Nakajima Yuto, probablemente y por eso es que amaba tanto este mundo de superficialidades que Keito tanto despreciaba.

 

Pero era un instante sublime de superioridad que lo hacia sentirse contagiado por el instante en que Yuto lo miraba con verdadero odio, por haber conseguido ese puesto que seguramente a Nakajima le costó su imagen conseguirlo. Odiaba seguramente la manera en que se veía y sobre todo que el director decidiera colocarlo a él en el centro de la fotografía principal.

 

—Listo, Okamoto. Estás perfecto.

 

La maquillista habló entusiasmada, complacida con su trabajo mientras el muchacho únicamente asentía y regalaba una pequeña sonrisa, tratando de no demostrar lo torturante que en verdad había sido aquello. El pantalón demasiado ajustado y la camisa ligeramente más floja, sentía como si el rostro le pesara de tanto maquillaje impuesto. Tan falso como el resto de modelos que se encontraban ahí que no hablaban entre ellos, que preferían estar al tanto del celular y luego fingir que eran los mejores amigos.

 

—La verdad no entiendo.— Yuto se escuchó demasiado cercano para su gusto, demasiado cerca de su oído, visiblemente más alto que él. Con su mirada perdida entre los presentes. –Que hace una persona como tú aquí.

—Lo que haga o no, no es asunto tuyo.

 

Se alejó, pasando una mano por su nuca, como si la cercanía con Nakajima le hubiera causado urticaria, como si solo contacto le provocara ganas de golpearlo.

 

—Es impresionante la manera en que pareces no darte cuenta de tu presencia aquí a molestado a todos.— Esta vez Yuto caminó con parsimonia, deslizando sus pasos con cuidado y encabezando una conquista de la cual Keito era consciente desde que llegó ahí. –Todos se preguntan, ¿por qué él? ¿por qué ocupa un lugar que cualquiera de nosotros pudimos ocupar? Nosotros somos profesionales, él solo el hijo de la dueña de este lugar. Es injusto.

 

—Este mundo es injusto, superficial, y siempre juega sucio.— Keito habló sin sentimientos de por medio, sus brazos cruzados y la mirada afilada de Yuto sobre su cara. –No se por qué ahora se fingen ofendidos, cuando seguramente muchos de ellos han hecho cosas peores por encabezar una campaña. Además a mi me han traído, yo no lo he buscado.

 

Yuto sonrió. –Eres insoportable. En serio.

—Opino lo mismo, Nakajima.— Keito esta vez suspiró tranquilo, tomando asiento sobre el pequeño bloque blanco que había en la escenografía. –La diferencia es que yo soy lo suficientemente maduro como para que no me importe.

 

—¡Muy bien chicos, prepárense. Vamos a comenzar con las primeras tomas!

 

El director se dejó escuchar dentro de todo el estudio, la mirada de Yuto permaneció un rato más. Como si todo ese desprecio se hubiera acumulado sobre la presencia de Keito en ese instante. Como si le estorbara verlo ahí y lo único que quisiera es poder golpearlo, hacerlo caer ante esa superioridad que exfoliaba en cada poro de su piel. Como si sus barreras le estorbaran y Yuto solo quisiera derrumbarlas una a una.

 

—Bien, Keito por favor en el centro. Yuto junto a él por favor. Nami del otro lado.

 

Quería humillarlo, estrellarlo contra el suelo y hacerle ver que era tan mortal como todos ellos. Necesitaba su acabose, su rendición. Matar esa mirada de superioridad. Quería algo de él, algo que cuando sus miradas se encontraran, fuera Keito quien bajara la mirada. Necesitaba un secreto, uno que muriera entre los pliegues de su consciencia y se fundiera entre la vergüenza y el miedo. Pero no iba a buscarlo, iba a fabricarlo.

 

 

 

 

Podía recabar entre los pliegues de sus deseos más íntimos antes de descubrir por advertencia propia todo aquello que Inoo provocaba con su sola presencia. La manera en que su concentración moría en el camino y sus ojos buscaban inexorablemente la ubicación de ese ser. Sus ojos, sus manos, su boca.

 

La manera en que se movía su cabello cuando sacudía un poco la cabeza, la manera en la que esos  mechones que caían por su frente se desplegaban cuando leía atentamente un libro. Y odiaba percatarse de ello, que sus ojos se cernieran y analizaran cada ínfima parte que cubría a sus movimientos, sus estados. Como si verse descubierto no le infringiera problema alguno.

 

—Arioka…— Dulce voz, hermosa y clara que lo sacó de sus pensamientos ante la muchacha frente a él. Tenía el cabello recogido y los lentes un poco caídos sobre la punta de la nariz. Atenta de repente a su accionar. —¿Todo bien? He intentado explicarte el ejercicio de cálculo que me pediste, pero pareces en otro mundo.

 

En el mundo de Inoo Kei, claro.

En ese espacio aparte que el resto de los humanos no podían asimilar.

Pero Daiki prefirió guardar sus pensamientos y sonreír amable, coqueto.

 

—Lo siento, Hanara. Me distraje un momento. – Si, Daiki conquistaba con las sonrisas. Con esas sonrisas falsas que le regalaba a medio mundo y que parecían conquistar a cualquiera, que calmaba las dudas y aplacabas los miedos. Sonrisa que no parecía surtir efecto en Inoo. —¿Te parece si continuamos mañana?

 

—Bueno, supongo…

 

La verdad es que la muchacha lució cabizbaja, sus manos arreboladas sobre su juego de libros que eran demasiados y que Daiki recién se percataba que eran para su estudio. Estudio al cual no le había prestado la más mínima atención. Pero Inoo estaba ahí, a unas mesas de distancia con su mirada fija en el libro que leía, con su mano de vez en cuando haciendo anotaciones, con su aura extraña y apacible. Distrayéndolo, ausentándolo, robándole la capacidad de pensar libremente.

 

—Lo siento de verdad, Hanara.— Sonrió una vez más, tomando las manos pequeñas de la muchacha. Mirándola directamente a los ojos. –Te prometo que te invito a cenar esta noche.

—De acuerdo.

 

Ella sonrió, y pareció contenta con aquello. No demoró en recoger sus cosas, y Daiki a más la ayudó. Pero fue breve el momento en que Daiki cesó su atención de Kei y el repentino vicio que se le había vuelto observarlo. Era como un bálsamo para sus oídos, como si de repente, mientras fijaba su atención en él, no recordara todo lo que le hubiera dicho el día anterior.

 

Como si sus palabras no pesaran con el calibre de la verdad.

Atemorizándolo con que un día su padre amenazara con desheredarlo sino se casaba.

 

¿Qué haría Daiki entonces?

 

—Nos vemos luego, cuídate mucho Arioka.

 

Hanara lo besó en la mejilla y Daiki deambuló entre el futuro que se le podía proyectar.

¿Su padre querría nietos? ¿Qué se hiciera cargo de la empresa de la familia?

 

Le atosigaba la idea de terminar de aquella manera, de la misma forma que Inoo, quien ya se estaba preparando para escoger una carrera afín con las empresas de su familia, quien tenía el carácter, quien tenían incluso ya una prometida. No quería esa vida, pero tampoco era capaz de darle la mano a la pobreza.

 

—Lo siento. No te vi.

 

Giraba dispuesto a salir de la biblioteca cuando el peso de otro cuerpo se interpuso y el sonido de los libros cayendo fue evidente, hizo que la bibliotecaria se levantara para observarlos y les enviara una severa mirada. Una advertencia muda antes de que empezaran a recoger los libros y Daiki temiera por la privacidad de sus pensamientos al percatarse de que era Inoo quien se encontraba junto a él.

 

—Últimamente te has vuelto muy callado.

 

La voz de Inoo fue suave, sus dedos finos y largo tomando los libros con cuidado.

 

—¿Qué quieres?— Daiki fue brusco, levantándose junto a Kei del suelo con un último libro entre las manos. –¿Que te pida un beso por este libro?— Sonrió, lo suficientemente falso como para que pareciera tirarse a la intemperie de la máscara que siempre usaba y que hizo a Inoo suspirar aburrido.

 

—No eres capaz.— Inoo le quitó el libro de las manos, con una expresión seria en el rostro y su espalda erguida ante el más bajo. –No eres capaz de darle la espalda a todos los lujos a los que te tienen acostumbrado.— Justo en ese momento la primera sonrisa de Inoo hizo aparición, Daiki solo pudo sentir ese retorcijón molesto y miles de cosquillas en la nuca esparciéndose por la espalda. –Es como si no te dieras cuenta, de que te lo han dado todo, para que dependas de eso, y luego no puedas negarte a lo que te piden. Como una droga, de la cual es difícil deshacerse.

 

—¿Y tú podrías?

 

La mente de Arioka viajó a esos labios, aquellos que habían chocado contra los suyos y que lo habían hecho olvidar por un momento de toda aquella experiencia de la que tanto se vanagloriaba. Sus palabras en cambio, parecían tener vida propia, salían y respondían autómatas a lo que Inoo provocaba.

 

—Yo podría, el asunto es que no quiero.

—Piensas casarte, tener hijos y hacerte cargo de una compañía. Piensas dejar que simplemente manejen tu vida y ya, ¿en qué parte tu vida es mejor que la mía?

 

Esta vez Daiki había fruncido el ceño, muy cerca del rostro de Inoo mientras él solo acomodaba los libros y sonreía.

 

—No lo entiendes. Ni tu vida ni la mía son mejores.  Cunas de oro que más bien son cadenas. ¿Quieres que te cuente el futuro, Arioka?— Inoo se acercó un poco apenas. –Tú te casaras con una linda muchacha que vivirá enamorada de ti toda la vida. Yo, con una mujer racional e inteligente. Ambos con familias, cada quien por su lado. Tú tendrás suerte, yo cerraré negocios con mi intelecto. Y algún día, cuando nuestros hijos sean estudiantes, quizá nos volveremos a ver.
Daiki rió como si de repente la situación le causara mucha gracia  y toda la reticencia se hubiera marchado, enmarcando sus ideales absurdos que ahora parecían tan banales como la idea de intentar tener a Inoo de su lado.

 

—Yo veo un futuro mejor.— Daiki, mantuvo la sonrisa. Su mano deslizándose por la camisa del muchacho frente a él y sus ojos fijos en el movimiento de sus manos. –Tú y yo casados con nuestras respectivas esposas. Pero nosotros encontrándonos a escondidas, teniendo sexo desenfrenado. Cada que nos de la gana.

 

Kei lo miró incólume. Como si de pronto la idea lo tentara pero tener a Arioka en su vida es como dejar que su vida se desestabilice, de algún día desear más. Y vencer todos sus pobres cabales. Por eso esta vez solo retrocedió. Ahuyentó los pantanos de sus deseos ocultos y retrocedió.

 

—¿Solo piensas en eso?

—Soy joven es lo único que me interesa por ahora.

 

—Estás asustado. Te asusta tú futuro del cual no te habías percatado hasta que lo he echado en la cara.

—¡¿Y qué quieres que haga?!— Un empujón por parte de Daiki en el pecho de Inoo pareció poner en alerta a la bibliotecaria que se levantó de su lugar para observarlo a lo lejos. —¿Qué me siente a esperar ese asqueroso futuro como un buen hijo? ¿Cómo una copia tuya? ¿Así me asimilarías como alguien digno para meterme entre tus sábanas?

 

—No me interesa que…

 

Impulsivo, pasional, inconsciente.

Justo aquello fue lo que llevó ese beso desenfrenado que Daiki estampó en los labios de Kei, sus manos en las mejillas del más alto mientras este se revolvía inquieto. Luchaba por alejarlo de su espacio personal, de su tacto.

 

Pero Daiki era fuerte, llevaba rabia y despecho en ese beso. Mordía sus labios sin importarle el sabor que se esparcía entre sus bocas, ni el sonido fuerte que hizo eco en la biblioteca cuando el cuerpo de Inoo retrocedió hasta una de las mesas y las arrastró en el proceso. Quería dejarlo sin aire si era posible, arrancarle el alma. Jalar su corazón desde adentro. Cuando por fin esos finos labios dieron indicios de respuesta el cruel agarre en su hombro los hizo separarse de inmediato.

 

—¡¿Qué creen que están haciendo?!

 

Era un grito exasperante agudo y molesto, cuando la bibliotecaria los vio severamente y ambos abrieron los ojos más que sorprendidos.

 

—¡Denme ahora sus nombres! ¡Los llevaré a Rectorado!

 

Si había una solución a eso, Daiki no lo pensó. Solo agarró a Inoo de la mano y salió corriendo de ahí lo más rápido que sus piernas se lo permitieron. Con la adrenalina corriendo todavía por sus venas. Apretando la fuerza entre sus manos cada que se acercaban más a la habitación. Era como si las miradas extrañadas no importaran. Como si el silencio de Inoo no lo incomodara.

 

No hubo palabras, ni miradas directas cuando entraron en la habitación y Daiki la cerró con fuerza. Por que lo siguiente que sintió fue las manos de Inoo en su cintura empujándolo en retroceso hasta la cama, como si necesitaran del aliento para respirar.

 

De esas manos frías que se metieron bajo la camisa del uniforme, y la manera en que Kei logró sentarse sobre la cama y Daiki sobre sus piernas. Le gustaba palpar esa cercanía de sus cuerpos, esos besos que sabían al infierno y lo hundían en la inconsciencia. Como si no hubiera algo allá afuera lo suficientemente importante como para detenerlos.

 

Besos fríos, mentirosos. Acicalados por tintes coloridos de pasión.

Tan rojos, como esa sangre que emanó en algún momento de labios de Inoo.

 

Daiki irguió su cuerpo tantas veces, por el solo contacto de su piel con las manos de Inoo, por ese latir desbocado en su pecho. La pasión, la adrenalina. Y la locura que lo invadía solo por el hecho de estar sobre Kei, por la manera en que lo veía, la manera en que lo besaba. Y la forma en que lo excitaba.

 

—Eso…— Cuando por fin quiso separarse de Inoo, cuando al fin el mayor se lo permitió. Daiki pudo hacer un recuento de los daños, de esos labios rojos, hinchados, sangrantes. –Fue demasiado…

—Increíble.

 

Daiki asintió, otra de las sonrisas regalo de Inoo hizo aparición, y Arioka pudo sentirse más que complacido. Al menos por hoy que ha probado esos labios sin que la barrera de Inoo hiciera aparición y sin que su molesta actitud lo entorpeciera todo.

 

Inoo se removió un poco, agarrando la cintura de Arioka firmemente y logrando que se quedara recostado junto a él en la cama, ambos con la mirada hacía arriba, con el pecho subiendo y bajando notoriamente, sus brazos rozándose todavía. Asimilando lo que había ocurrido, cómo y en qué momento su discusión, su simple choque, había culminado en ellos echados sobre esa cama.

 

En medio de ese silencio, que por primera vez no era tan insoportable.

 

Daiki era capaz de asimilar que por lo menos esta vez, Inoo no parecía dispuesto a emprender la huida.

 

 

 

 

Yamada esa noche se sorprendió al no ver a Hikaru por ninguna parte en el internado. Aunque fuera aún más extraño que estuviera esperando verlo. Pero suponía que de algún modo el muchacho había encontrado la manera de encontrarse con su amigo, ya que Okamoto ese día tampoco había aparecido por ninguna parte.

 

Era absurdo pensar en esa devoción que para Hikaru era tan fácil de demostrar y que para Keito parecía tan fácil ignorar. Como si de un circulo vicioso se tratara y ninguno de los dos estuviera dispuesto a cesar el movimiento constante.

 

—Yuri…— Prefirió distraerse un poco, hablar con Chinen un rato y despejar sus pensamientos que últimamente tenían solo estupideces. Pero el muchacho no prestaba atención, ni siquiera se había tomado la molestia de mirarlo y apenas había probado bocado durante la cena. –Chinen.

 

Las cejas del menor se levantaron un poco, girando lentamente hasta él. Con el tenedor en la boca y luciendo realmente distraído.

 

—Lo lamento, no te había escuchado. ¿Sucede algo?

—A mi no me sucede nada, por el contrario a ti…

 

Miró curioso hacía el lugar que Chinen observaba hace un momento, dentro del comedor mientras los alumnos hacían su bulla inicial durante la cena. Pero a unas mesas de ellas Ryosuke solo pudo identificar a los dos muchachos de tercero, riendo y conversando tranquilos entre sutiles toques y complicidad.

 

—Takaki y Kota…— Empezó Yuri, nuevamente su mirada puesta en los dos mayores que parecían absortos en su mundo. —¿Qué tan amigos son?

—¿Por qué la pregunta? Creí que lo sabías.

 

La atención de Yuri se posó en Yamada, tan rápidamente que incluso se sintió curioso por la vertiginosidad en que su amigo había plagado sus atenciones.

 

—¿Saber qué?

—Kota y Takaki.— Mordió un poco el sándwich que tenía entre las manos, comentando aquello como si fuera lo más normal del mundo. –Ellos salieron hace un tiempo. Cerca de un año más o menos.

 

Yuri abrió los ojos de par en par. La razón de esa confianza desmedida comprendida desde otra perspectiva y la sorpresa de no haberlo visto antes como un golpe de daga en la espalda que lo hacía sentir terriblemente incómodo y parcamente inseguro.

 

—Entonces ¿el hermano de Shintaro estuvo por aquí?

—Si, su nombre es Ryutaro. Y es… bastante particular.

 

—¿Tan idiota como el hermano?

—No, Ryutaro es todo lo contrario y quizá eso lo vuelve más atractivo.

 

Yabu rió divertido, pero Takaki solo rodó los ojos. No pretendía decirle todavía a Yuya el asunto del intercambio de los hermanos Morimoto, no hasta que fuera absolutamente necesario. Bastaba ya, con que Hikaru y Keito, los amigos de Shintaro lo supieran. Yabu sentía que de algún modo, ese secreto debía mantenerse como tal.

 

Bebió del poco jugo que se había servido, notando como Yuya parecía entretenerse por un rato con su celular. Se preguntó por un momento donde andaría Daiki pero seguramente andaba con alguien dentro de su habitación como costumbre. Entonces sus pensamientos viajaron hasta Ryutaro. Shintaro se había marchado hace un par de horas, pero Ryutaro desde la tarde no aparecía.

 

Y como si lo hubiera invocado el muchacho apareció en el comedor, su ropa cambiada y el cabello levemente húmedo seguramente por una ducha recién dada. Sonrió ante la presencia del menor y dejó su plato a medio comer en manos de su amigo.

 

—Ya vuelvo.

—¿Qué?— Yuya levantó la mirada, observando en el  mesón a Morimoto. Entendiendo de inmediato. –Oh, ya veo.

 

Los pasos de Kota fueron certeros, abriéndose paso entre los menores que se encontraban cerca de Morimoto. Hablando y sonriendo, provocándole un fastidio a Ryutaro que era casi notario. Pronunciando una y otra vez ‘Shintaro’ ‘Shintaro’ ‘Shintaro’ como si el mayor de los Morimoto no tuviera suficiente de él, y las personas constantemente lo llamaran e intentar ganar su atención.

 

Aunque claro, ninguno de ellos sabía.

Para el resto de estudiantes él seguía siendo Shintaro.

 

—Shin…— Y llegó esa voz más fastidiosa todavía. Cerca de su oído, con esa sonrisa victoriosa en los labios que le provocaba nauseas. —Hasta que apareces, creía que habías salido del internado.

—No tengo a dónde más ir.

 

—Siempre puedes ir a mi habitación.

—No, muchas gracias.

 

Ryutaro estaba arisco, como en los primeros días. No lo miraba, no lo percibía, apenas y le hablaba y seguramente era por el hecho de que tenía la verdad entre sus manos y no le placía perder más de lo necesario. Al menos no ahora que Shintaro se había enterado que él lo sabía todo. Y Ryutaro había perdido puntos.

 

—¿Quién es Yuma?

 

De repente Morimoto solo golpeó el mesón, los ojos de todos se posaron sobre él, el silencio se hizo continuo y por un instante Ryutaro respiró profundo mientras cerraba los ojos y trataba de calmarse. Yabu comprendió que no había sido buena idea.

 

—¿No puedes simplemente dejarlo pasar?

—Hable con tu hermano, por bastante tiempo luego de que te marcharas.

 

—Si.— Ryutaro sonrió, casi sádicamente. –Ya me imagino lo mucho que ‘hablaron’

Kota prefirió ignorar aquello. –Creyó importante, ya que ninguno de los dos sabe mucho de ese tal Yuma, que yo también tuviera su número.

 

La cabeza de Ryutaro giró tan pronto que sus cabellos se sacudieron y esos ojos lo miraron con una profundidad que hizo a Kota sonreír para no mostrar el pequeño escalofrió que sintió.

 

—Púdrete.— Ryutaro pareció masticar cada palabra. Con odio perpetuo que era confirmando únicamente por esos ojos oscuros y grandes que lo observaban. —Púdranse los dos.

 

Ryutaro pasó a su lado, empujándolo con fuerza. Seguramente dispuesto a encerrarse a su habitación. Dejando sin entender a Kota por qué la sola pronunciación de ese nombre lo alteraba tanto, por qué de pronto lucía tan apagado. Y por qué razón, él mismo seguía comportándose como idiota, como si todo esto siguiera tratándose de un juego, cuando visiblemente Shintaro estaba tanteando un terreno peligroso con Ryutaro.

 

Y él, él solo estaba emporando las cosas.

 

 

Fin del Sexto Síntoma

 

 

He demorado siglos, pero voy a tratar de ponerme al corriente lo más pronto posible. Ya tengo planeados los próximos dos capítulos, solo déjenme ponerme al día con el resto de mis peticiones de actualizaciones y le dedicaré a los fics de HSJ mínimo una actualización semanal. 😉

 

Espero que les haya gustado y una vez más, mis disculpas por la demora. 🙂 

6 comentarios sobre “Precedentes: capitulo 6

  1. Me harás llorar ;__; me siento tan sentimental que al ver en mi correo que habías actualizado, me emocionó sentimentalmente mal(?)
    asdasdadad ;O; nooooooooooo yo quiero mas!! quiero saber que hay entre yuma y ryu!! asdasdasdasd ;O;! AAAAA!! me desespero!

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  2. Oh por dios asdasdsd la parte RyuxShin fue taaaaaaaan genial,
    como se peleaban y como Ryutaro trataba de mantener en secreto lo de
    Yuma asdadsasd y Yabu ahí e_e como imbécil…
    Yo tampoco sabía que había sido algo de Takaki D: y ahora Chinen anda zombie hahahaha
    Me da sdadsdasasdasd no sé XD cuando leo lo de Inoodai Q_Q
    son unos tontos XD ambos yéndose hasta el límite de ignorarse y evitarse
    para terminar así… aunque me encantó lo que Daiki le dijo de XDD
    encontrarse a escondidas hahahahahaha
    Me alegra que actualizaras~
    Gracias!

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    1. Me alegra mucho que actualizaras, son fiel seguidora (?) de tus fics de jump y ya he empezado a leer un poco de los demas de este blog, amo como escribes, y amo el InooDai ❤ en serio muchas gracias por actualizar!!! Agasgscshs y fighting!!! Esperare con ancias las demas actualizaciones.xD

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  3. Por dios ._. POR DIOS D:< AMO este fic, en serio es como asgvasdhahs. Llevo desde no sé cuando sin parar de leer, son las 4:12 de la madrugada x'D
    Estoy adicta por este fic ;_; Por favor, actualiza ;3; De normal el yabutaro y Okajima no es que me interesen mucho pero con solo decirte que es que dasbkdbajndjasdnj estoy comenzando a amarlos gracias a ti y al fic x'D en serio.
    Quiero saber más sobre el TakaChii *O* quiero saber más sobre el HikaYama (son puro amor, por fin alguien escribe de ellos ❤ ;3;) asdbasdhb Shintaro tan cuqui él *_* Y chinen, chinen y su personalidad es como tan sbsdahsdb misteriosa y amorosamente falsa y dasdbhasbdha (?) *________* Me encanta todo, TODO de este fic, en serio, amo como escribes, y me dejas pasmada frente a la pantalla sin dejar de poder leer D:<
    Por favor~ si no es mucho pedir una conti haría de mis días infernales previos a las entregas de notas(?) más felices que las perdices *3*
    Chuuu~<3

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