Nirvana
Momentáneo
Episodio 3
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—Señor Choi… ¿cuánto tiempo conoció a Lee Jinki?
Minho sonrió, por que de repente, en los últimos meses se le había hecho tan fácil sonreír.
Era un regalo, un bello regalo de paz para los demás.
—No lo sé, uno no cuenta esas cosas.
—Sin embargo, entre las muchas amistades de Lee, usted figuraba más que los demás.
—¿Amistades?— Minho esta vez rió divertido de verdad –Esa sarta de hipócritas no eran amigos de Onew.
—¿Conocía usted a sus amistades?
—No— Esta vez Choi mordió su labio inferior –La verdad es que… En tanto más conocía a Jinki, más lejos estaba de Onew.
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No conocía la costumbre de dormir por las noches. Cabeceaba durante las mañanas y cuando caía la noche era como si su cuerpo por si solo descubriera que se sentía mucho más cómodo entre las sombras y su sonrisa desembocara en una vorágine de buenos causales.
Desconocía del cansancio, no importaba cuando estaba tan cerca de llegar.
De alcanzar con la punta de sus dedos eso que tanto había anhelado.
Jinki tenía una costumbre, una pastosa costumbre. Contaba su dinero cada mañana cuando llegaba a su casa dispuesto a descansar. Contaba la cantidad que tenía, la que iba en aumento, y por supuesto contaba la cantidad que le quedaba para llegar a sus sueños. Quería comprobarlo, quería ser consciente de que en verdad lo estaba logrando. Necesitaba sentirlo así.
Esa tarde, casi noche, cuando llegó al bar la mayoría de los empleados estaban rebosantes de vida, sonreían, reían, hablaban. Eran todo lo que Jinki no era en ese momento, por que se le había ocurrido salir en su día libre con Minho y permanecer despierto durante mitad de la tarde y noche. No había dormido lo suficiente, le faltaban horas, pero al menos su cabeza no volaba en suposiciones estúpidas.
—Onew~
Luna apareció de la nada, con su sonrisa radiante y su espontaneidad latente.
A veces tan abrumadora.
—Hola, Lu. ¿Cómo has estado?
—No tan bien como tú— Ella sonrió, complicadamente para su gusto. Ella sabía algo –Ayer vino a buscarte un chico, muy guapo por cierto.
Onew negó suavemente, empezando a colocarse el uniforme mientras la muchacha todavía daba vueltas alrededor suyo y lo miraba con insistencia, como si buscara descubrir algo que no le quedaba muy claro.
—¿Qué sucede?
—Oh, nada— Mintió, mientras mordía su labio inferior y se acercaba –Solo tengo una pequeña pregunta.
De repente Luna estaba muy cerca, con sus ojos grandes y fijos sobre él, con su aroma dulzón y su sonrisa demoledoramente preciosa, lo asfixiaba, tan repentinamente que se sintió asustado. O es que aún tenía restos de Minho en la cabeza y solo podía pensar en que todo aquel que se acercaba era para besarlo. Buscó rescate hacía el bar, todavía vacío mientras varios acomodaban las sillas.
—Tú dirás— Habló, solo por que había callado demasiado y Luna seguía mirándolo como si se divirtiera viéndolo así.
—¿Eres gay, Onew Oppa?
Abrió bastante los ojos, maldita su mala costumbre de no saber mentir correctamente.
Un cosquilleo extraño había subido por la espina dorsal y malogrado todo su sistema nervioso en tan solo un segundo.
¿Lo era? Ni siquiera lo había pensado.
Le gustaba Minho, como bien le podían gustar Luna o Sully, o cualquier mujer hermosa que se pudiera pasar frente a sus ojos. Entonces ¿lo era?
—Oppa…
—Yo, bueno…
De repente los ojos de Luna se distrajeron, directo hacía la entrada donde el perfil de aquella mujer alta y de cabello largo lo hizo recordar lo sucedido noches atrás.
—Victoria…
El nombre salió de sus labios con un halo de gracia, el cuerpo delgado y firme de la mujer mientras hablaba con Seungho y asentía cada tanto, con sus ojos tapados por unas enormes gafas y su cabello suelto. Era hermosa. Bella e imponente.
Onew descubrió entonces, que no importaba si era Minho o era Victoria, los dos generaban una atracción fuerte en cualquier persona que los observara. Solo que Minho era diferente, era diferente para él.
—No lo eres.
—¿Disculpa?
Respondió al corriente, casi al mismo tiempo que las palabras emergieran de la boca de Luna.
—No eres gay, Oppa— Admitió la muchacha –No soy ciega, acabo de notar como la miras.
—¿A quien?
Onew de pronto parecía perdido.
—A Victoria, la mujer que está…— De pronto los ojos de Victoria se posaron sobre ellos, Luna bajó su mano a tiempo antes de señalarla y sonrió nerviosa, mientras posaba su mano discretamente sobre el hombro de Jinki –Bueno, ella— Habló entre dientes mientras la saludaba discretamente –Es demasiado hermosa. Me cae mal.
Los susurros de Luna estuvieron a punto de hacerlo reír, Victoria a lo lejos sonreía.
Hasta que su jefe salió de la oficina y recibió gustoso a la mujer de vestido largo y ceñido.
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—Solo digo que no es tan bonita como para que ustedes babosos solo se la pasen hablando de ella— Victoria había despertado la envidia de varias de las meseras en el lugar, Sully se miraba en el espejo, con sus palabras saliendo cada tanto que sus compañeros se asemejaban a quinceañeros tratando de ver a la bella mujer en la oficina del jefe –Ni que fuera famosa.
—Pero es bastante guapa, ¿cómo se dejaba tratar así por ese sujeto?
Seungho permanecía sentado, justo frente a Onew que terminaba de acomodar las servilletas que irían en los vasos que se servirían esa noche. El resto de muchachos parecía entretenido con la presencia de Victoria en ese lugar.
—Bueno, quien sabe. A lo mejor tanta belleza no le da la inteligencia.
Luna sonrió divertida y Sully chocó su mano, en un gesto de complicidad que hizo a Seungho rodar los ojos.
—¿Jinki?
De pronto, sin que el pequeño grupo lo notara. Victoria había salido de la oficina y había caminado hasta ellos. Con la manta de seguidores detrás de la muchacha.
—Eh, si. Hola.
Onew se había levantado de inmediato, limpiando sus manos y haciendo una pequeña venia.
—¿Podemos hablar un rato?
Claro que si Onew hubiera tenido la oportunidad, hubiera detenido el tiempo un rato.
Tan solo para pensarlo mejor.
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—Ya hablé con tu jefe y Seungho si no me equivoco— Onew asintió de inmediato, observando al mismo lugar que Victoria lo hacía, esperando que le corroborara el nombre del muchacho –Ustedes han sido muy amables conmigo y yo solo quería agradecérselos de la manera adecuada.
Un sobre blanco salió del pequeño bolso de la mujer, estirado directo hacía sus manos. Jinki onduló su mirada del sobre a ella, a esa sonrisa pequeña que la mujer tenía entre los labios.
—Por favor, acéptalo.
—No es necesario, yo….— Cállate Jinki, su mente pedía a gritos que guardara la decencia para otro rato, le faltaba tan poco para alcanzar su meta —…Lo hice solo por ayudar.
Victoria sonrió.
—A veces es bueno aprender cosas de las personas que conoces— Empezó la mujer, con su voz serena y su mirada profunda que segundo a segundo lo hacía sentir más al descubierto –Los favores son gratuitos, pero a punta de favores no se consiguen las metas. A veces hay que dejar partes de ti en el camino. Sé que lo vas a usar correctamente.
De repente las manos suaves y pequeñas de Victoria tomaron las suyas, con más firmeza de lo que esperaba, lo acogieron con una calidez todavía desconocida para él y se perdió tanto esa sutil caricia que antes de percatarse ya tenía el sobre en las manos. Y la espalda de Victoria a la vista.
—Cuídate mucho, Jinki. A lo mejor en el futuro te deba más cosas que una noche en la que todavía fui estúpida.
Le permitió ver su rostro, el perfil apenas, una pequeña sonrisa que se dibujo en esos finos labios antes de que el sonido de sus tacones lo alertara y lo hiciera caer en cuenta de que la mujer ya se iba, que lo dejaba atrás y que dejaba en sus manos una cantidad irrisoria de dinero. Una cantidad tan abrumadora, como los latidos apresurados en su corazón.
…
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Nada brillaba como él, como su sonrisa o la vivacidad en sus ojos.
Nada se le comparaba y nada lograba estar al corriente de eso que Kangta sentí cuando lo miraba y una sonrisa tonta emergía de sus labios, era una apreciación apresurada. Una estatua que emergía desde el fondo del mar, merecía ser contemplada y amada, y hasta hace poco Kangta lo sintió únicamente lejano, como algo que nadie más por más que le rezara, podía tocar.
Sin embargo sus esperanzas murieron con el ocaso de esa noche en la que Minho lo conoció, desde el segundo pequeño en que sus ojos lo registraron, como si el mundo se volviera en cámara lenta y nada más quedara. Perdido en medio del espacio con las manos estiradas hacía ningún lugar, así era pretender a alguien como Onew, vivir en un limbo absoluto donde su única recompensa era una sonrisa.
Una sonrisa que ocultaba tanto y lo alegraba tanto.
Era triste que sus sonrisas dependieran de él, de una sonrisa ajena y desconocida, de unos labios que no funcionaban a su voluntad, que le eran regalados a todo el que lo mirara, como lo más bello por ser contemplado. Onew quizá no conocía aún el poder de esas sonrisas que tan deliberadamente regalaba.
—Si lo supieras…— Susurraba dentro de su pequeña habitación, con las maletas armadas y el techo de la habitación, tan lejos que ni sus manos lo tocaban —¿Harías uso de ella?
—¿Kangta?
Se levantó de repente, cuando la voz de Minho en el marco de su puerta lo hizo despertar.
—¿Si?
—¿Ya tienes todo listo?
—Claro.
Minho dudó, tan visiblemente que no fue difícil suponer el por qué.
—¿Qué sucede?
—Nada— Respondió rápidamente el menor antes de morder su labio inferior y luego de un pequeño debate interno, cerrar la puerta y acercarse un poco más –Bueno… quizá sería bueno atrasar nuestro viaje un par de día.
Kangta apenas movió un poco la cabeza, no cerró los puños por que sería demasiado obvio. No sonrió porque sería demasiado falso, pero a cambio de todo eso fingió ignorancia, junto un poco sus cejas y su voz sonó como una orden disfrazada.
—No— Luego trató de ser amable –El lunes empiezan las clases y ya es jueves. Tenemos que llegar con tiempo, lo sabes.
—Pero viajamos esta noche ¿no es muy pronto?
No lo era.
Solo era el tiempo que el mismo Minho había establecido, el menor dentro de aquel pueblo perdido del mapa de lo aceptable para Choi.
—No, Minho.
De pronto sintió la decepción, cuando Minho asintió sin insistir un poco más.
Sin que sus razones fueran suficientes y sin que peleara por un instante más junto a esas sonrisas, que él veía en exclusiva, mientras Kangta solo recibía las estereotipadas para cualquier cliente en el bar.
Aún así no dio un paso hacía atrás y Minho pareció recordar de donde venía.
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Todavía no era lo suficientemente tarde.
Aún los clientes no parecían dispuestos a repletar el lugar y quizá todavía no morían las cenizas del trabajo sobre los pesados hombros en un día cargado de emociones, Jinki sabía que podía equilibrar varias prioridades en su vida, una de ellas eran sus sueños. Esos que parecían tan lejanos todavía.
Y cuando cerraba los ojos la voz de su madre sonaba tan cercana, tan viva, tan repleta de amor e ilusión mientras lo peinaba cada mañana, cuando su cabello que le llegaba hasta los hombros era peinado con dedicación y entusiasmo.
“Sonríe, Jinki” Decía ella, con ese tono maternal y esos ojos hermosos que parecían la paz perfecta “Que cuando las bendiciones son otorgadas, nacen personas como tú, personas con esa clase de sonrisa. Esa sonrisa que puede cambiarle la vida a alguien…” En esos días cuando Jinki cerraba los ojos y creía “…Y los milagros son tas escasos hijo mío, que es eso precisamente, lo que te vuelve irrepetible.”
Forcejeaba entre aquellos tiempos y los anhelos de su madre por que llegara lejos, por que su sonrisa fuera contemplada y subyugara un poco en el alma de alguien. Como las estrellas brillantes en el cielo que son capaces de inspirar a poetas, Onew quería ser una luz que alumbrara ese insípido mundo en el que había crecido, que borrara las sombras que no lo hiciera impío.
—¿Has esperado demasiado?
Minho…
—No tanto.
Ni siquiera recordaba que tenían que reunirse ahí.
Su mente había volado tan lejos de repente, que cuando el muchacho se sentó junto a él, Jinki optó entonces por sonreír. Como un movimiento mecanizado en su alma.
Si el sol apenas se ponía no importaba a Onew le gustaba aquel lugar, ese pequeño espacio desde donde podía ver al sol marcharse con un hasta luego, como si lo hipnotizara de repente y nada más fuera tan hermoso como eso. Y Minho parecía haberlo comprendido de la misma forma.
—Esta noche regreso a Seúl.
Los ojos de Onew dejaron de ver el atardecer, aunque su mirada siguiera posada en él, quizá sus ojos se abrieron bastante, eso él ya no lo puede recordar. Pero Minho lo había tomado por sorpresa, con su voz sumisa y bastante tranquila.
—Ya veo…— Susurró de repente —¿No estarás pensando en decir algo verdaderamente tonto, cierto?
Minho giró hacía él, con un llamado que lo explicaba todo –Jinki.
—No deberías atrasar algo inevitable— Empezó, con una sonrisa pequeña y amable en los labios, una que sabía a resignación y soledad –Tampoco deberías dejar cosas atrás, por alguien que solo quiere caminar hacía adelante.
Minho había recibido ese consejo en el momento indicado, de la persona indicada.
Aunque no siempre todos los consejos sean aceptados como tal.
Los minutos del atardecer se agotaban, Minho se ahorró bastantes palabras, tantas que mordió su labio inferior para callarlas, para retenerlas en el fondo de su ser. Para que no evacuaran penosamente de repente. Y cuando pudo darse cuenta Onew tenía sus ojos posados en ese atardecer, lejano y primario a la vez. Su mano buscó la calidez, esos dedos delgados a centímetros de él.
Recibió con sorpresa ese apretón de manos, la mano de Onew cerrándose sobre la suya con fuerza, con una repentina y estable que lo hizo respirar profundo antes de empezar, algo que en aquel momento debió terminar. Inspirado por el hecho, Minho solo lo apretó un poco más, su mano resguardado por el calor de él y el silencio inestable que los había abrigado.
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Varias horas después, cuando el sol había vuelto a aparecer y mientras Minho seguramente pisaba suelo de Seúl, Onew volvió a su vida de siempre, la que había cambiado apenas por semanas. Salió cuando la gente ya se encontraba caminando por las calles, resguardó en uno de sus bolsillos aquel dinero que Victoria le había entregado y suspiró en cuanto ingresara en el pequeño departamento que lo esperaba cada mañana.
Sus pasos se dirigieron con parsimonia, directo a esa pequeña habitación de ventana discreta, mientras el lugar despuntaba en limpieza y los rayos incólumes de luz se metían de contrabando. No había tenido el valor de contar el dinero, de llenarse de ilusiones hasta no comprobarlo.
Abrió entonces la caja, ese cofre pequeño donde todo estaba guardado, incluso sus sueños y esperanzas que esporádicamente salían solo para recordarle que estaba vivo, que la vida no se le escapaba en sus trabajos y reunir dinero. Que al menos algo le quedaba de realidad.
Y entonces contó, billete por billete. Moneda por moneda.
En el suelo cayó la pequeña tapa que recubría el dinero, como si saltara e hiciera su escándalo propio por él. Por dentro Onew estallaba en fuegos artificiales, tapaba su boca y su sonrisa temblaba, no se definía y sus ojos se movían nerviosos de un lado a otro.
—Está completo.
Auguró velozmente sus planes, como un remolino de anticipación.
—¡Tengo el dinero completo!— Gritó eufórico —¡Seúl!
Y lo abrazó, como se abrazan a los seres queridos, como si sintiera los brazos de su madre querida respaldándolo con armonía, felicitándolo por su primer gran paso. Como si su ser se regocijara como no lo hacía en bastante tiempo, como si le debiera la vida entera a Victoria Song.
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—Onew una vez me dijo…— Minho parecía de pronto lo suficientemente comunicativo –Que las personas como yo, jamás deben dar por sentado al amor.
—¿A qué se refiere?
—No lo sé— Sonrió –Él nunca me lo quiso explicar.
—Pero, él era una estrella bastante conocida, lo suficientemente conocido como para que su vida personal sea un caos, aunque no lo aparentara ¿sabía usted de problemas que halla tenido con alguien en particular?
Minho negó suavemente.
—Onew no tenía problemas con nadie— Esta vez fue un suspiro, pequeño y aletargado en el tiempo –La gente, lo amaba, lo veneraba, se rendía ante su sonrisa. Él tenía todo lo que siempre había querido. Pero como ley natural, entre más rápido se cumplían sus sueños, más necesitaba soñar. Para sentir que su vida no estaba perdida, no toleraba la idea de que el límite de sueños había sido tocado y que ya no le quedaba nada. Que había sacrificado tanto… por algo que solo lo había dejado vacío.
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Fin Episodio Tres